miércoles, 17 de febrero de 2010

PERSONAJES


"El “Coya” Gutierrez llevaba el gol en la sangre "
Nació un 9 de mayo de 1961. Su alma partió cuando solo tenía 37 añosa. Su frescura y su espontánea gambeta inocente aún siguen merodeando el verde césped de cada domingo.

Fuente: http://www.lagaceta.com/vernotae.asp?id_nota=250948

”Tartagal y La Ciudadela extrañan ese pique corto demoledor, clave para cualquier delantero, un coraje que no encontró barreras, la herencia indígena en la sangre, la predisposición para festejar dentro y fuera de la cancha lo bueno de la vida. Daniel Humberto Gutiérrez, el “Coya”, dejó huella en el fútbol y por eso cada 27 de diciembre cualquier recuerdo parece escaso. La historia de los Gutiérrez en Tucumán comenzó con su padre Humberto, “Chuñoliqui”, un excepcional delantero del que disfrutó All Boys en los 60, y que murió hace un par de año en Tartagal. La saga continuó con el “Coya”, nacido el 3 de mayo de 1961. Debutó en la Primera de San Martín el 13 de marzo del 83, por el Nacional. En el “santo” compartió vestuarios con Pedro Pablo Robles, Francisco Guillén, Ricardo Troitiño, Roque Martínez, José Noriega y Héctor Cejas, entre muchas otras figuras. La capacidad futbolística y atlética escondió excesos que más tarde le costarían la vida, pero mientras luchó contra esa enfermedad se dio el gusto de pasar por Vélez Sarsfield, Boca Juniors y Deportivo Morón. En el medio, a fines del 86, con un grupo de jóvenes promesas se consagró campeón de los III Juegos Sudamericanos, denominados Juegos Odesur, en la que fue una exitosa incursión vistiendo la camiseta de la Selección. En ese equipo, el tartagalense fue compañero de Sergio Goycochea, Néstor Fabbri, Pedro Troglio, Blas Giunta, Hugo Maradona, Walter Perazzo, Alfredo Graciani, José Luis Rodríguez y un tal Claudio Paul Caniggia. El regreso al pago lo encontró cansado y disminuido. De aquel puma del monte salteño sólo quedaba la sonrisa cómplice del amigo fiel, de barrio, aunque principalmente su rostro ya era la imagen de la humildad que espera la muerte. Atrás había dejado un recuerdo imborrable, doloroso que el tiempo, único dueño de la verdad, permitió entender. “La muerte se lleva todo lo que no fue, pero nosotros nos quedamos con lo que tuvimos”. La frase, sabia y contundente, tiene que ver con el simple homenaje a un grande que dejó el mejor de los recuerdos.”

EL COYA GUTIÉRREZ: desmarcado en la eternidad


Allá estará tu gambeta de picardía.
Esa que lleva implícita
la alegría del carnaval en tu tierra querida.
Habrás encontrado tu árbol de mango
en un paisaje indestructible,
donde descansarás de tanto juego.
Feliz, despreocupado.
Ahí trotarás con tu sonrisa buena,
con tu andar acompasadamente norteño.
Mirando a Boca en cualquier cancha.
Colgado de un rayo de sol
o de una nube,
o suspendido en una gota de lluvia.
Remontando vuelo
vestido de azul y oro.
Te habrá querido Dios
para enseñarle a los querubines
la pureza de un juego sin maldad,
pletórico de fantasía,
de probar al arco y tocar de primera.
En tu pueblo se cuenta
que hacés jueguito
con la estrellas,
para endulzar las mañanas de los ángeles
que te contemplan embelesados
Jamás te fuiste.
Uno rechaza de lleno esa idea macabra,
como un tosco defensor que despeja sin miramientos.
Picaste al vacío y llegaste lejos.
Por eso te imagina radiante.
Macerado en la dicha incomparable
de un partido sin fin,
de caños, gambetas y paredes.
Hoy tu ilusión chispea,
en ojos oscuros como la noche salteña,
en los los coyitas que prenden el fuego
de lo que fue tu pasión.
Un fútbol salteado de lujos y desbordes de bonhomía.
Este burbujeo de palabras seguramente demoradas en el tiempo
es una manera de pedirte perdón.
Por no haberte entendido a tiempo,
por exigirte lo que uno es incapaz de ofrecer,
por vivir mirando la tabla de posiciones.
Hasta siempre Coya, que tu frescura nos libre.


REMO

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