lunes, 1 de febrero de 2010

CRÓNICAS PORTEÑAS


“EL BRITÁNICO I “


El azulado frío de julio empaña los vidrios de las ventanas. Un dorado tímido abraza las mesas que ladean los ventanales de Brasil y Defensa como una tibia caricia del sol en San Telmo. Trillo parece molestarse al abandonar la desprolija e interrumpida lectura del diario para atender.
Té para dos. Un porteño cincuentón, de cabellos canosos atados en una colita y entradas prominentes, le habla a una joven rubia de anteojos, aspecto de gringa y aceptable castellano. Los temas parecen sucederse con una ligereza casi de zaping televisivo.
Rosas y Facundo. Urquiza. San Martín y Bolivar...
”¿Qué pasó en ese encuentro..? Ah...sobre esto se puede hablar mucho..!”
Trillo, guardapolvo tipo chaqueta que no disimula el trabajo de varios días y servilleta azul eléctrica sobre el hombro derecho, vuelve paciente a las páginas del matutino.
El ocasional historiador pasa del movimiento federal a la generación del ochenta. La joven toma el te de a sorbos y escucha no sé si con el respeto de una alumna o con la cortesía de una visitante.
“Es muy interesante”-agrega nuestro tertuliante prolongando la frase en un silencio propio de los que tienen mucho más para agregar.
“Sí, sí...” afirma la joven que a veces parece interesada y por momentos no logra evitar que sus ojos claros se deslicen por el verde tapiz que alfombra la tarde del Parque Lezama.
El viejo Silva, silenciosamente refugiado tras los cristales de sus anteojos y debajo de un abrigado gorro de piel, parece perdido en el reposo después de chusear a la dama de cabellos grises y revueltos que toma café en la mesa de al lado mientras ojea un suplemento del diario de Trillo. Los motivos de la abortada rencilla desploman a ambos lados de su dueña una envidiable modorra canina. Son dos caniches. Uno amarronado con todo el polvo del tiempo encima y otro tan blanco como la chaqueta de Trillo.
No tan cerca la felina mascota del café percibe muy bien que las visitas no justifican ni siquiera interrumpir la siesta.
Una flaca de cabellos cobrizos y filosamente caídos sobre los hombros me ofrece una caja de pilas con un gesto apenas perceptible pero colocando la mercancía bien delante de mis ojos. Ante mi negativa a comprar me dice como sorprendida: “¡Son pilas!” - ¡Cómo si no me hubiera enterado! En instantes quedé pensando. Tal vez tenga razón. Por ahí es el último cargamento de pilas que entre a Buenos Aires y nunca más pueda volver a escuchar “La Hora de Bilardo”.
Pago y antes de irme le comento a Trillo: “Se cortó la luz”
“Hace rato hombre, hace rato que estamos a oscuras en este país”
REMO

No hay comentarios:

Publicar un comentario