viernes, 24 de diciembre de 2010

DOMINGOS DE LLUVIA Y FUTBOL



Cada domingo lluvioso me trae recuerdos. Inevitablemente. Me traslada a un tiempo de aperitivos y Revista Dislocada en la vieja radio capillita.
Entonces aquellos amaneceres de lluvia intensa me despertaban entre galletitas, leche caliente y la amenaza de un domingo sin fútbol. Porque ese domingo Boca, como solía decirse “hacía las veces de local”, en La Bombonera. En una Bombonera que aún no había conocido de las pinceladas del enorme Pérez Celis. De palcos viejos y una torre, en el medio, que parecía un cohete siempre dispuesto a despegar llevando al cosmos noticias de un barrio de conventillos y leyendas multicolores. ¡Y las plateas bajas! Esas en las que el Cholo Simeone estrolara a más de un wing izquierdo con pretensiones de crack.
Esos domingos en que la lluvia tendía emboscadas a media mañana para contraatacar en el área chica del mediodía. Diluviando sin tregua. Prologando la raviolada de la tía Graciana. Humeante y prometedora de un banquete largamente esperado toda la semana. Pero entonces el apetito se veía jaqueado por la angustia de ese domingo quizás huérfano de la voz de Curcu y el cartel de Alumni. Ese que nos decía en un ángulo del coliseo xeneixe como habían cerrado los primeros tiempos.
Así el estómago se cerraba casi como esas defensas que venían a llevarse un empate decoroso después de noventa minutos contra el Boca de los sesenta.
Uno seguía pendiente, sujeto a la ilusión de dar vuelta una historia pasada por agua y por supuesto atento a la transmisión radial que confirmara, desde una voz casi solemne, que la fecha finalmente se jugaba.
El aguacero aflojaba por momentos. Se hacía intermitente y en los umbrales de los postres el “¡¡Dale Bo!!” invadía el patio del convetillo que por la calle Pinzón se levantaba a una cuadra y media de la torre. Sin pedir permiso se metía de lleno en la sobremesa. Arremetiendo. Como esa delantera piloteada por el Beto Menéndez cuando había que remontar un resultado adverso promediando el segundo tiempo.
Eso siempre fue así, y sigue siéndolo. No sé porqué. Los días de lluvia la gente grita más. No para. Será quizás para detener el temporal. O para darle la espalda, una manera de hacerle sentir que la fiesta no se amilana. Que el fútbol puede más que un capricho meteorológico. Que la pelota si no rueda navega, como los sueños. Que la pasión llegará a buen puerto. No se hunde. Como no se arrían las banderas en la popular.
Y poco antes de que las masitas finas y el café estuvieran en la mesa el bueno de Domingo Guadalupe y el tío Osvaldo se sumaban como cada quince días. Para salir después del postre junto al otro tío, Pedro, rumbo al sector A de las plateas boquenses.
Por eso uno rogaba que una pincelada de Dios sepultara mágicamente la atmósfera gris de melancolía. Para que la semana se coronara con la voz del estadio prolongando en la tarde la i de Ratííííííínn…! y el nombre completo del Ángel Clemente Rojas… A veces el gran arquitecto nos regalaba el milagro, y otras nos mandaba a dormir la siesta como a un pibe que no cumplía con los deberes.
Cada domingo lluvioso me trae esos recuerdos. Y no me resisto. Bienvenidos sean. Para escuchar más fuerte el “Dale Bo” de la infancia. La música de mi corazón.

OMAR DIANESE

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