sábado, 4 de febrero de 2012

DON ALBERTO



La publicidad arengaba desde los afiches: ocho grandes bailes ocho. Como no iban a ser grandes, en una Argentina con sueños de futuro. En una ciudad poblada de almas entregadas al enamoramiento de su arte, de su música.
Cuenta Arturo Jauretche en El Medio Pelo…: “Era una multitud alegre y esperanzada…”
Entonces la fiesta era completa. Cuando en esas calurosas noches de inolvidables carnavales su figura carismática pisaba el escenario la magia, la alegría, el desenfado explotaban en las almas.
Así lo evoca Horacio Salas en las páginas de “El Tango”:
“Alberto Castillo asumió un rol paradigmático. En lugar de reflejar la realidad, mostrarse como un universitario que cantaba, y consecuentemente en el mejor de los casos, atildar su vestuario de acuerdo con los cánones burgueses, eligió el camino del desclazamiento. Se disfrazó, vistió trajes azules de sedas brillantes, con anchísimas solapas cruzadas que llegaban hasta los hombros, el nudo de la corbata cuadrado y ancho, en contraposición a las pautas de la clase media que lo aconsejaban ajustado y angosto.
El saco desbocado hacia atrás, y un pañuelo sobresaliendo exageradamente del bolsillo. El pantalón de cintura alta y anchas botamangas completaba el atuendo, que era más desafío que vestimenta“
La seducción se empilchaba con los colores del júbilo; y la sonrisa fresca de una muchachita de barrio significaba alcanzar el cielo con las manos. “La Pulpera de Santa Lucía”, “Vestido punzó”; y la fantasía los abrazaba a todos. Como Don Alberto también lo hacía. Con los gestos que les eran comunes, con su estilo inigualable, con su corazón abierto a los de abajo. Porque eso eligió: ser el cantor de los barrios, de los cien barrios porteños. Renunciando a los privilegios que en esos tiempos su profesión de médico le abría en los ambientes más elitistas.
“¡Siga el baile , siga el baile..! Y el artista de un tamaño gigantesco se confundía en la algarabía de su pueblo, porque de eso se trataba. Ser parte de esa multitud jauretchiana porque para ella Don Alberto era parte amada, indiscutida.
Ellos…héroes anónimos de la joven Argentina vivían en su artista…El artista vivía por ellos…para ellos…
“El baile de los morenos”. La mirada jugaba con la sorpresa de un lado al otro de una pista inmensa.
Seguramente hoy seguirá jugando en los tablados de la eternidad su porte y su elegancia. Recorriendo bailes impregnados de la fragancia de la vida eterna y pura. Así que… aunque por acá se lo extrañe: ¡Métale nomás Don Alberto vaya y enseñe en los arrabales del cielo como se baila el tango!

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