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Quinquela dijo haberle dado sus colores a La Boca, porque el hombre de Buenos Aires nace gris. Quizás como nuestra literatura nostalgiosa, el tango, o la penetrante melancolía de filosóficos enigmas. En esta urbe solemos convertirnos en silencios que miran desde la ventana de un café. Aunque a veces el aire se habite de caricias. Sin embargo, milagros y fantasmas brotan como flores de primavera en el asfalto. Eso nos conmueve, tajeándonos la piel. Hasta sangrar poesía.
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