jueves, 5 de enero de 2012

CAFÉ BAR "LA CORUÑA"


La ventana salpicada de memoria es la frontera entre dos dimensiones. Afuera la media mañana ojea versos invisibles. En plena calle Bolivar los colectivos fasean hollín a diestra y siniestra.

La manzana está signada por la historia misteriosa del mercado. Por eso un halo de magia parece envolver su presencia. Tal vez la causa de ese tiempo sin tiempo que se vive levitando entre su mobiliario vetusto. A veces se pregunta uno si en verdad el café no ha sido parido en medio de un llanto ciudadano de nostalgias y recuerdos.

El polvoriento paso de los años pinta de amarillaje hasta los rostros. Nada se salva. Todo lo observable nos remonta a una vida pretérita. San Cayetano luce entonces una fisonomía casi mestiza. Como si hubiese visto el albor en nuestra tierra criolla.

Los banderines del Deportivo la Coruña e Independiente se hermanan en un colorido neutro. De añeja temporalidad, achicando distancias. Atendiendo las razones de un corazón partido en dos. Mezcla de tango y cantejondo. Sin embargo, en medio de un clima de museo, el televisor nos recuerda noticias del siglo XXI. Su voz metálica se funde en el ambiente. Con la efervescencia de un periodista que analiza los vaivenes de la Copa Libertadores desde algún lugar tan ajeno sin imaginar esta escena de jueves por la mañana en el corazón de San Telmo. Echando una mirada alrededor no es fácil discriminar lo útil de lo inerte. Un ventilador que con la llegada del verano seguramente permanecerá tan inmóvil y tieso como ahora, sin poder sacudirse la mugre acumulada en su prolongada modorra invernal. Un reloj simula estar vivo. No es el único. Hay miradas que intentan aparentar lo mismo. Las he visto en otros lares.

En una enorme estantería de madera hosca una miscelánea rara de botellas se alegran de estar en este lado de la vida. Ahí parecen a salvo. En la profundidad de oscuros brebajes bucean los recuerdos. Detrás de sus vidrios ensombrecidos esconde sus cara algún que otro fantasma .

Una barricada de cajones de cerveza se levanta camuflada por la sustancia que más abunda en el bar, es decir la tierra. Divide definitivamente la luz de la penumbra pastosa. Es necesario atravesarla para llegar a buen puerto en la aventura de encontrar un baño en el que no se sabe porque pero siempre llueve. Húmedos metros cuadrados de eterno mal tiempo.

Implícita reina la norma de no despilfarrar palabras. Todo se dice con gestos casi imperceptibles. Con frases austeras como las comodidades que allí se ofrecen. El monosílabo es la media exacta. Una frase amarronada es un río que se desploma en un océano profundo de silencio. Los diálogos no suenan a griterío ni suelen adornarse de ademanes pomposos.

En una pared un cuadro de colores chirriones es un detalle casi antrpófago. La síntesis de la era de la riña en la que todos subsistimos aún sin darnos cuenta. La bocaza de un hombre de rasgos rudimentarios direcciona su ansiedad hacia un bife servido al plato mientras los cubiertos en sendas manos aparentan armas medievales caídas de una película de sábado por la tarde. Pero no, el imprevisto testimonia que somos navegantes del tercer milenio. Refugiados como criaturas en brazos de una madre conmovedora. Jugueteando sueños en la rusticidad de una mesa que calla injurias y verdades por igual.

Somos casi a origen y semejanza del café. Así sea. Buenos días.

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