sábado, 27 de octubre de 2012

CARLOS ENCINA ALARCÓN: "Crlitos y un café con recuerdos"

 

Defensa y Brasil. ¿Cómo empezar el relato sin caer en la visión amarillenta de un lugar común? Si uno dice “la esquina encantada” pareciera referirse más bien a la vidriera comercial de un bazar de magia. Aunque ciertamente exista en el lugar mucho de sortilegio, mucho de encantamiento.
Si uno afirma que ahí Buenos Aires viste de lengue y percal hasta podría sonar absurdo, ridículo. Aunque así se pasean ante nuestra mirada cantidades de turistas extranjeros que rinden culto a la pinta gardeliana.
Si uno mira la esquina desde el Parque Lezama experimenta la sensación de estar hablando desde las páginas de “Sobre Héroes y Tumbas”, por ejemplo.
Entonces lo más atinado sería evitar preámbulos que se refieran al afuera y cruzar el umbral sin más vueltas. Una vez adentro sí. Vale todo. No hay lógica, normativa alguna que determine límites entre la realidad y la fantasía. Ahí sí, la que quiere viste de percal, al que le place usa lengue, los que así lo deseen pueden colmar la mesa de hechizos.
Todo vale. Cada cual describirá su parque, cada cual su ochava. Anclados en esas mesas que no admiten los caprichos del tiempo cada uno escribirá su historia. Como quiere. Como puede o como la recuerde. Y si no también. Todo es posible, hasta desprenderse de la misma historia que uno acarrea puertas para afuera.
Carlitos cuenta la suya. Bandeja en mano. Mientras continúa repartiendo cubanas y cafés recién molidos. No importa que ahora camine tantísimas veces las baldosas de otro bar. En otro barrio. Con otros parroquianos. Dijimos que acá vale todo. También se puede estar en proyección astral que le dicen.
Pero basta de prólogo. Va la historia de Carlitos en El Británico. Sírvase de ella. Como el café fresco… muy bien tostado.


“La historia mía con El Británico arranca en 1985, cuando a partir de la falta e trabajo empiezo con los gallegos en el turno de la tarde.
Yo había regresado después de haber pasado un tiempo afuera, en el extranjero.
El bar comenzó a mutar más hacia la reunión nocturna. Empezó a haber más gente de noche que durante la mañana y la tarde, lo que hizo necesario ayudar al turno noche que era comandado por Manolo, uno de los tres gallegos.
La gente que salía de los cines, del teatro, que venía de la calle Corrientes sobre todo los viernes y los sábados directamente se iban hacia El Británico que mantenía la tradición de estar abierto las veinticuatro horas, siempre.
En San Telmo también empezó a darse un movimiento interesante que inició el Paracultural y al que se fueron agregando otras expresiones culturales. Era la época de Los Melli, Batato Barea, las chicas de Gambas al Ajillo… y en este sentido El Británico fue recuperando en alguna medida lo que había sido sobre todo a principios de la década del setenta. Mucha vida nocturna, por lo tanto comencé a trabajar con Manolo desde la medianoche hasta las ocho de la mañana.
¡Se armaba cada reunión entre copas que terminaban haciendo alusión a todo!
Claro, al no cerrar nunca El Británico daba la oportunidad de una cita segura a cualquier hora en una época en la que todo San Telmo, todos sus bares,  se iban poblando cada vez más.
Eso sí, siempre hubo solitarios, que no podían dormir o vaya a saber uno porqué se quedaban solos, en silencio, durante horas mirando la nada.”
“Los gallegos atendieron siempre el salón.
Trillo arrancaba a la mañana, de ocho y hasta las cuatro de la tarde. Cuando yo arranqué, en el ochenta y cinco, tenía más dinamismo, y era un tipo canchero. Jodía con todo el mundo… con las minas y demás. Pero con el tiempo se fue poniendo mayor, más gordo y le costaba levantarse tan temprano. Para ese entonces çel veía entrar a un cliente habitué que solía tomar café y ni se le acercaba a preguntarle. Directamente venía con el café, para hablar lo menos posible. Pero claro…¡a veces la gente tenía ganas de otra cosa!
Con José Miñones, fallecido en abril de dos mil nueve, después de las cuatro empezaba el turno tarde. Era el más canchero. Yo desde el vamos empecé a llevarme bien con él porque le tiraba ideas y era el único que me daba bola. Los otros dos estaban como esquematizados en el café con leche y medialunas, la hamburguesa, los sandwichitos de miga y el whisky nacional. Pero José Miñones era el tipo distinto, era como un gentleman entre los tres. El que mantenía una línea, una ética en el lugar a pesar de tratarse de un bodegón en el que todo parecía ser un desorden. Él mantenía un orden, era la voz parlante de las ideas para mejorar la atención. Era un gran mediador. Cuando alguno se ponía loquito él no confrontaba, le daba tiempo para que bajara solo y se calmara de a poco.
¡Y a la noche! Venían grupos de diez o doce personas y Manolo ya se empezaba a poner chinchudo y a protestar. Le cambiabas una mesa de lugar y te podía romper la bandeja en la cabeza. Le tocabas los servilleteros o los ceniceros y te podía llegar a mandar una carta documento. Él quería tener todo como le parecía y no había manera de que entendiera otra forma.
A partir de las veintitrés y hasta las seis de la mañana había toda una serie de requisitos que cumplir porque si se hacían ruidos molestos llamaban a la comisaría 14, venía un patrullero y terminábamos saliendo con una cantidad de sandwichitos todos para ellos.”
Manolo era muy elemental, muy frontal. Agarró del cuello a varios.”


Es imposible pensar la primavera en ausencia de flores. ¿Cómo podría entonces uno evocar El Británico sin historias que trepen el recuerdo vivo, la risa y hasta la nostalgia que desborda los ventanales atravesando los vidrios de lo posible para instalarse en un relato bordeando lo épico. En el anecdotario la veracidad no se cuestiona. Se disfruta la historia, y toda vez que se la cuenta se resignifica en su esencia hasta conmover las almas como en la primera vez.


“Anécdotas de El Británico hay muchas. Generalmente de noche.
Venían muchos músicos. Willy Crook, Medina con sus letras, Pinchesky sacando melodías de su violín…
Pero hacían algo que a Manolo lo ponía loco. Llenaban la mesa de letras escritas en las servilletas…¡ Eso a Manolo no le gustaba nada! Entonces se armaban las discusiones. Por otro lado nunca tuvo oído para la música. Así que cuando a eso de las tres de la mañana a Pinchesky se le ocurría, muy suavemente, tocar una melodía con el violín Manolo se empezaba a poner nervioso. Daba vueltas y vueltas alrededor de la mesa y pedía por favor que se dejara de tocar el violín. Pero Pinchesky con un par de wiskis encima se ponía rebelde, y no le daba bola.
Un día estaban trabajando en la calle cambiando el empedrado y habían bajado un camión de arena, porque el empedrado se acomoda con arena.
¡Pinchesky esa noche terminó enterrado con su violín en la montaña de arena! Manolo decidió en ese momento que toda la barra no entraba más, era una barra como de ocho o diez…
¡Y para qué! Empezaron a cantarle “¡Gallego no volvemos nunca más!” Y yo cobrándoles y tratando de mediar. Ahí se cruzan al parque y la siguen contra Manolo. Había griterío y hasta de uno de los edificios llamaron a la policía.
¡Pero toda las amenazas de no volver nunca más se terminaron cuando a las cinco llegaron las medialunas de El Sol del Plata! Ahí todo el mundo otra vez en una mesa de El Británico a tomar café con leche. Con cuatro o cinco bandejas que bajaron de la camioneta se acabó la rebeldía”



“Otro habitué y vecino es Horacio González.  Cuando Kirchner lo buscaba para ofrecerle la Dirección de la Biblioteca Nacional, cansado de llamarlo a la casa y no encontrarlo porque su esposa decía que estaba en el bar, pidió el número de teléfono para llamarlo al café. Llama al Británico y atiende Manolo al que no le gustaba  nada que llamaran ahí a los parroquianos porque tenían que pasar atrás de la barra.
Entonces llaman de parte de Néstor Kirchner. Atiende nomás el gallego y dice: “Horacio hay un llamado para ti de parte de un tal Kirchner. Hombre, que tu sabes que no me gusta que llamen acá. “
¡Todos nos quedamos pendientes de ese llamado”. Va Horacio, atiende y vuelve a la mesa con la noticia…¡Lo habían nombrado Director de la Biblioteca Nacional! Por teléfono en El Británico.
Fue una historia que quedó `para la posteridad.” 

“Trillo tiene muchas. Pero una que quedó entre los habitués fue cuando filmaron “Diarios de motocicleta” sobre la vida del Che.
Estaba ambientada en los años cincuenta y el bar estuvo alquilado desde las seis de la mañana. Así que ese día lo único que Trillo tenía que hacer era estar sentado fuera del foco de grabación, y así fue, tomando cerveza desde la mañana.
Empezaron a trabajar con toda la gente vestida de acuerdo a la década del cincuenta, pero alguna gente citada para hacer de extra resulta que no llegaba. Entonces le preguntaron a Trillo si no tenía inconvenientes en conseguirles alguno de esos personajes que andaban dando vueltas porque no podían entrar al café. Hasta que se dieron cuenta que el indicado era él porque ahí adentro no tenía otra cosa que hacer. Le dicen: “¿Y usted no se anima?”
A lo que Trillo responde: “Y bueno hombre, estar sentado por estar…” Muy bien, lo sientan con una camisa bien de los años cincuenta que él ya llevaba puesta porque era su vestimenta de todos los días, y lo ponen a tomar cerveza en la mesa con una copa de época. 
Primera joda que se tuvo que bancar Trillo: su camisa totalmente fuera de tiempo. Empieza la filmación y se empezó a dormir sobre la mesa. La cosa es que vamos todos a ver la película y Trillo en primer plano dormitándose sobre la mesa. Entonces el personaje de Granado le dice al Che Guevara: “¡Dale, animate! ¡Querés terminar así?”
Eso quedó para siempre y cuando lo cargaban diciéndole si iba a volver  a filmar él decía: “¡No, no, este año no filmo más”

“En una elección, la que fue de Alfonsín a Menem, se puso dura la prohibición del consumo de alcohol para la jornada electoral. La noche anterior el bar podía estar abierto pero no se podía vender alcohol a partir de las diez de la noche hasta las seis de la tarde del día siguiente.
Entonces Manolo empezó a negociar con la gente, los dos bah, Manolo y yo. Que la botella de cerveza la ponen debajo de la mesa, que el whisky se los servimos en tazas de te…en fin. La cuestión es que a las tres de la mañana cayó la policía a los tres bares: El Mirador de Balcarce, El Británico y El Hipopótamo.
¡Una mesa tenía nueve cervezas escondidas abajo! Por consiguiente terminaron los tres bares cerrados pero claro, antes se llevaron detenidos al encargado y dos parroquianos de cada boliche porque sino se iba a llenar la comisaría. ¡Si estaban todos tomando alcohol!
De El Británico se llevaron a Manolo y a tres habitués pibes jóvenes. Todos a la catorce. Se cargaron también a Julio de El Hipopótamo y a Guillermo de El Mirador. Como eran todos bolicheros conocidos les dejaron un sector grande de la comisaría. ¡El problema fue cuando entraron! Primero: Manolo llegó con un trapo rejilla en la mano que le incautaron y dejaron afuera. Segundo: les hicieron sacar cordones,  cinturones y Manolo andaba con un pantalón que se le caía todo el tiempo. Así que al otro día cuando los dejaron libres a eso de las diez de la mañana la anécdota era que se la pasaron viendo los calzoncillos de Manolo. Dicen que iba y venía caminando sin parar, y como no sabía que el bar estaba cerrado gesticulaba y se la pasaba lamentando: “¡Cómo va a quedar ese muchacho solo!”, al tiempo que se olvidaba de los pantalones que se le caían hasta las rodillas.
Ese domingo todo San Telmo sabía que a Manolo se le caían los pantalones en la comisaría 14.”



LA MESA DE LA MUERTE

Ella no podía faltar. La dama de fraseo sombrío. Ahí donde a veces la poesía y la  metafísica juegan su partida silenciosa. Esperando en un rito de copas y pocillos. Con un gesto imperceptible para casi todos. Salvo para aquellos que sin tapujos aceptaban el desafío.
En madrugadas de licores y noches invernales alguien deslizó una confesión tranquilizadora. Así como ella da su nombre a una mesa de nuestro bar, habría en algún sitio inconcebible para nuestros sentidos, la mesa de la vida eterna. En ella, dicen, mantienen charlas prolongadas Mignones y el viejo Silva. Siempre, siempre…con la mirada puesta en el horizonte porteño de la triple frontera. Siempre con un oído atento a la última ocurrencia de una mesa nutrida de soledades encontradas.


“¡Esa mesa tenía una historia terrible! Estaba pegada a la columna y tenía una sola silla. Por lo general era la mesa que elegían los solitarios, los abandonados…Estaba frente a la barra y la ocupaban, en general, los que estaban en soledad porque podían conversar con el mozo que estaba a cargo de la barra y con el mozo que ocasionalmente se sentaba en la mesa de al lado.
El mito era que el que se sentaba ahí ya estaba para partir. A la Chacarita derecho. La gente que se sentaba en ese lugar no siempre se había sentado allí. Venía de años sentándose o compartiendo otras mesas y solitos se iban a esa mesa en algún momento para terminar falleciendo en poquito tiempo.
Por ejemplo el legendario amigo Silva. Un hombre mayor, totalmente calvo, de anteojos redondos y un gorro de piel como para ir al polo. Silva empezó a tener conductas raras después de un problema de salud y se empezó a aislar, a sentar en esa mesa a pesar de nuestros ruegos. “¡Silva no te sentés en esa mesa por el amor de Dios, parate en la barra si querés pero no te sentés en esa mesa!” pero no. Él eligió la mesa y a los tres meses falleció.
Por lo tanto era como el lugar elegido por el placer de la despedida y la utilizaban cuando sentían que iban a partir. A veces no había lugar en todo el bar que no fuese ese pero aún así , en esa mesa, no se sentaban. Quedaba libre. Y si alguno no habitué se sentaba se le avisaba: “Está sentado en la mesa de la muerte. Esta es la mesa de los que se despiden de la vida.”
Ahora se acabó el mito porque la gente que está al frente del bar no sabía de la tradición. Puso en su lugar una mesa doble y ya no hay más mesa de la muerte.”



EL CIERRE

“En realidad cuando se produce la posibilidad del cierre los primeros perjudicados fueron los gallegos, porque ellos no llegaron a entender nunca que se les había terminado el contrato de locación y al no renovar tenían que entregar el local.
Entonces fueron abordados por una cantidad de gente que quería hacer negocio y continuar con el bar. Empresarios, inmobiliarias, gente del rubro…
Ahí vino el problema porque toda esa gente empezó a ofertar una cantidad de dólares por el fondo de comercio. Entonces hablamos los gallegos y yo con el dueño del local en una mesa del café. El señor Benvenuto en esa primera reunión puso las cartas sobre la mesa y nos dijo que se podía seguir al frente hasta abril de dos mil seis y el señor Souza, que también formaba parte de esa reunión, iba a seguir adelante con la empresa.
Fue así que los gallegos preguntaron que iba a pasar con el fondo de comercio y la respuesta fue que podía negociarse una cantidad de plata por las instalaciones.
A mi no me pareció descabellado pero a los gallegos que les habían informado los valores que se manejaban se habían hecho la idea de vender el fondo de comercio en una gran suma de dólares. Trillo, que era el más ávido, dijo “arreglemos en noventa mil dólares y que la gente que viene se haga cargo de los empleados”. Pero Souza les ofreció diez mil dólares. ¡Bomba letal! Los gallegos saltaron como leche hervida. Dijeron que con diez mil dólares no pagaban ni la tostadora. Agrandándose Trillo dijo “esto no sale menos de ciento veinte mil dólares.”
Toda esa puja, todo ese tire y afloje, se hizo adentro del bar por lo tanto los clientes habitués que se encontraban en ese momento no pudieron dejar de escuchar todo lo que se hablaba en la reunión.
Para ese entonces yo estaba por incorporarme como socio, había hecho un arreglo con Mignones que se retiraba. Pero claro, ante estos acontecimientos todo quedó sin efecto.
Lo concreto es que no se llegaba a ningún acuerdo y en un punto lo tuve que llamar a Mignones porque me dijeron: “usted no figura en los papeles” y tenían razón, porque mi arreglo había sido personalmente con Mignones. Finalmente le buscamos la vuelta legal y me hizo participar como representante.
El tema es que se negaban rotundamente a pagar el fondo de comercio. ¡Para qué, los gallegos se querían morir!
Lo cierto es que como resultados de las escuchas de la gente del bar comenzó a gestarse un clima de agitación que fue creciendo cada vez más.
“¿Cómo qué no le quieren renovar a las gallegos?”
Empezó a correr la voz de alarma de que se iban los gallegos.
“¿Te enteraste…se van los gallegos?”
“¿¿¿Cómo se van los gallegos…seguro???”
¡Te podés imaginar! Se fue creando una psicosis. Porque El Británico para el barrio es más que un simple bar, es un verdadero club social. Los ajedrecistas, los del dominó, los tacheros, los buscas, los solitarios…Se armó un clima que trajo aparejada una cantidad enorme de propuestas a los gallegos que a esa altura…
Hasta que un mediodía llego y Trillo me dice: “Hombre, anduvo una mujer aquí que dice que no podemos irnos, que tenemos un derecho y que porque no te das una vuelta tú  que puedes entender mejor las cosas que habla” ¡Era Alicia Pierini, la Defensora del Pueblo!
La fuimos a ver a la oficina con unos vecinos. El tema era que se trataba de un bar histórico, que no se sabía a ciencia cierta que se iba a hacer y no se podía tirar abajo con toda esa historia.
Yo le dí el nombre de Benvenuto para que llamen, pregunten que pensaban hacer y le expliquen la idea de una continuidad, es decir un bar de las mismas características.
Había un gran alboroto entre los habitués que frecuentaban el bar en todos los horarios  hasta que alguien propuso juntarse todos y empezar a juntar firmas para llevar un petitorio al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, que en ese momento encabezaba Telerman, para que expropie el lugar y lo declare patrimonio social y cultural del barrio. Cosa que es imposible porque en este país la propiedad privada es sagrada.
Yo quedaba en el medio de todo eso. Un poco por ser el más joven y otro quizás por entender algo más. Nos asesoramos sobre como encarar el petitorio para ser entregado a los legisladores pero en definitiva no teníamos la menor idea de quien iba a ser el encargado de llevar adelante El británico de ahí en más si eso fuera posible.
A los gallegos, en principio, todo ese movimiento les gustó porque se sintieron protegidos. Pero, ya con el tiempo, cuando el dueño de la propiedad les avisó que en marzo debían desalojar el café el asunto empezó a preocuparles.
¡El tema es que el bar fue prácticamente tomado por la gente! Se seguían las discusiones, las asambleas…Se generó un caos colectivo porque alguna gente ya ni consumía. Se hacían largas reuniones y los gallegos miraban como su bar estaba casi usurpado por toda esa gente…Empezó a darse un conflicto de poderes.
El de la noche, manolo, dijo: “yo estas reuniones no las permito más”.
El de la mañana, Trillo: “yo las permito pero por tanto tiempo” y yo que había quedado al frente de la tarde decía hagámosla pero ocupando solo algunas mesas. No utilizando todo el bar porque teníamos que seguir facturando. Había que afrontar los gastos que seguían siendo los mismos y nosotros…¡Teníamos qué vivir!
Por lo tanto la situación se fue haciendo caótica, hasta que empezaron a aparecer incluso personajes de la política. ¡Scioli mismo, el Vicepresidente de la Nación llegó a hacerse presente!
Claro, entre tantos habitués había gente con muchas relaciones que ayudó un  montón para que esto se produjera.  Fue como una rebelión en masa que yo creo inédita en la historia del barrio al menos de esa magnitud. Era un clima de permanente mitín popular. ¡Se juntaron veintinueve mil firmas! Toda una revolución en San Telmo.
Pero la protesta fue caótica porque cada uno tenía una idea nueva, iba y la ejecutaba. A los dos días aparecía una nueva idea que por ahí contradecía a la anterior y se implementaba. A los tres días aparecía un nuevo cerebro con la solución a flor de labio y no solo desautorizaba las anteriores propuestas sino que las anulaba.
Y fue tremendo, porque la unión hace la fuerza pero había tanta fuerza descontrolada que era imposible unificar una idea. Para cada uno la suya era la mejor.
Cuando vieron en el gobierno de la Ciudad la cantidad de firmas que habíamos conseguido casi se caen de espalda. ¡No lo podían creer!
Pero en enero del año entrante llegó desde Tribunales la orden de desalojo a los treinta días. Así que no hubo más nada que hacer. O nos íbamos o nos desalojaba la policía pero esto se extendió un tiempo más.
El cierre definitivo fue el veintitrés de junio de dos mil seis. A las seis de la mañana la policía acordonó todo el sector. Le avisaron a Manolo y a Trillo que a los que estaban consumiendo se les iba a permitir terminar, que el resto tenía que ir dejando el local y que ya no podía ingresar nadie más. Para esto fue rodeada la esquina. Hubo un patrullero y una tanqueta de esas que se usan para dispersar multitudes.
A las ocho llegó un camión del Gobierno de la Ciudad para poder cargar todo, pero en definitiva sacaron solo las cosas del sótano porque el resto del mobiliario estaba imposibilitado de moverse por una presentación judicial. Quedó todo el bar armado, completo.
Mientras El británico estuvo con la persiana baja durante ocho o nueve meses me pareció un sector oscuro de la ciudad. Un lugar eliminado del mapa porteño. Dejé de pasar porque pasaba y me agarraba una angustia tremenda.


UN GRAN AMOR

El Británico ha sido el sostén de mi vida porque cuando regresé al país encontré un techo, trabajo y el pan de cada día en ese lugar.
Coseché amistades, mis mejores amigos actuales los hice ahí. Mi vida social se transformó. Pude pintar, porque soy egresado de Bellas Artes, y exponer mis obras gracias a contactos hechos en el bar. Hasta hicimos un grupo de artistas plásticos que se llamó “Los Portuarios” y todo nació entre esas mesas.
Por todo eso El Británico es parte de mi vida. De mi vida sentimental, un verdadero amor.” 



No me animaría a decir que la leyenda continúa. Pero la historia sigue. Con Carlitos llevando el alma de “El Británico” a “Marazul”, en el Centro porteño. Ahí en la esquina de Tucumán y Rodríguez Peña.
Con  “El Británico” en manos de nuevos propietarios. Con lealtadas y deserciones; con indiferentes y conspiradores…
 Con Horacio ya definitivamente en la Biblioteca Nacional, con el recuerdo permanente de los gallegos únicos e irremplazables , de Pinchesky y sus melodías de blues, y de algunos fantasmas que suelen ocupar espacios consagrados a mesas de metáforas… ¿No es cierto, viejo Silva?

                                    

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